La Vida Humo el de




Me quedaba bajo el cielo sin importarme quién había. Los fantasmas naturalistas venían en oleadas a dormirse en las bolsas de mis ojos. Las miradas pudieron abandonar los ojos y gritar fue ver la noche de un bosque donde incendiamos un muñeco de algodón tupido de iodo. Las mujeres tartamudeaban en la noche. Cada una de las alcobas tenía una pequeña rejilla por donde se asomaba la cabeza de un caballo blanco con ojos de miga. La mujeres se arqueaban asintiendo de perfil. La delgadez asomó y multiplicó la claridad. Se anularon los contrastes. Solo habían claridades orbitando luz hacía espantajos de plexo de diamante que resguardan un silencio escondido en el maizal de tripa donde lo que se oculta no es convención sino resarcimiento. 

Ya no se podía cortar. Tampoco digerir. El lenguaje se estrujó y nadie pudo contener el impulso de olvidar el habla. Gruñíamos  en nuestro vuelo de abejas. Desde los montes se escuchó Abel y fue esa la imagen que tendría el Paraíso. Ven y mira cambió las puntas de los números y el orden que retuvimos lo hicieron pies comiendo solos. Ven y mira era un aceite que en la hora convertía un arenal de melena roja en una tarea: señalar a cinco pedestales rodeados de humo a los que atravesaba un Monte de Pedazos que es también un Monte de Retazos y cuyo nombre es Ven y Mira.

         Había cinco regiones en la figura Cielo En la primera todo instante no debía durar más que su prejuicio En la segunda el sopor era constante a dimensiones coercitivas La tercera llevaba por nombre no cerrarás los ojos hasta que la luz te queme A la cuarta se accedía por integración sanguínea  De la quinta parte sólo se sabía Ven y Mira y cada región de las montañas también sabrá retazos que no calificaré. Son mejores. Ven y mira su color mucho antes de que los observatorios fueran subcutáneos había un sol y Máscara de Estrella sabía verme

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