XXV- 11/04/2010

Soy un animal que no ilumina deseos de un hombro.
Si no fuera porque hablo al margen de la mañana… calma,
no habría el lugar
para conocer la luz, las cosas que dicen, digo de ella:
ten silencio.

Su luz que al despertar el día cae sobre la noche de mis manos;
no entiendo al cuerpo que despierta bien. Miro
las sábanas
y tanto sudé en la sombra que les grabé
la noche.

¿Qué han caído gotas en las filas de las casas,
en las calles saliendo de ellas, hacia el espectáculo
del sol sobre los ojos? No, es posible.

Llevo mi palma y caigo en ello poniéndole
color muy solo a sus colores. Siento esa constelación

golpeando sobre el pellejo nudo, abren cuerdas
muy distintas de mis manos, siento su ver,
su mirada, su luz, al despertar,

la raya que vino al día desde el cuerpo a
sus ojos y sus sábanas, ¿quién habla de sí mismo

en la mañana como un preso en las paredes?
Vino el viento del día para empujarlo encima mío,

e iluminar mis manos contra un hombre aparte,
y mancharlas en el mundo sin jamás tocarlas.




Del libro Piedra de sol de noche, de Diego de Avila(Maldonado, 1984)

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