CUARENTENA [reescritura de Correspondencia privada con mi madre cuando ambos éramos pirómanos, de Héctor Hernández Montecinos] [fragmento]
Estos son los únicos recuerdos. La mampara de látex que encapucha al firmamento azul. Las polillas se avecinaban escapadas de axilas y entrepiernas. Las prendas colgadas e inertes por años hasta convertirse en carne seleccionada cortada y congelada. Yo había escrito sobre esto una carta que después quemé. Había leído sobre esto en una carta que también quemé. No conozco otra explicación de este festejo. Un libro solo vive con la intención de ser escrito o leído para después convertirse en un ladrillo de la mampara del poder. Mejor quemarlos entonces, mejor quemarlos después de terminar de escribir su lectura. También podría haberlos rasgado, pero sus hojas no eran piel ni sus letras huesos. Las líneas en nada parecían una pestaña, ni siquiera un cayo. Los puntos desabrochaban mi camisa para hacerla un nudo en el palo de escoba, la paja saliente se convierte en hijo que donar una mañana libre y fresca. El vestíbulo acabará por conocer. Mamas, glúteos y mechones, la señal de aviso para que se tienda contra el viento. Alzado en un destello de adicción al triunfo, batiendo los colores de una historia sangrienta que no leemos nosotros. Flameaba indicando la pista donde aterrizarían los letrados. Logia, congregación y tribu. La nariz de sus aviones comienzo a escupir mi bandera y después la prendo fuego. La silueta arde, también su masa, arde su abrigo, la paja y el saludo, la indicación, el espanto y el rol. Allí se fabrican tijeras. La nueva avanzada del ojo negativo sobre las montañas degradables. Me encandila quedar inmóvil y mis ojos se hunden hasta el fondo de su nunca. Una señal para la encandilación de esclavos. Una rosa motivante. Debería abrazarla para que no me sienta sola, aunque no sea ciudad ni tradición
Quedaba sola en casa. Hacía muñequitos con cerillas y jugaba a incendiarlos. Era tener un demonio pequeño que me daba compañía. También convocar la ausencia con la aceleración de la guerra. En Cuarentena todos lo sabían pero hacían olvidarse para enterrar sus desastres. Todos saben que un incendio se cuida no como a un hijo sino como a una víbora, respetando los tiempos y dejándose abrazar cuando así sucede.
De niñas, todas jugamos con el demonio, eso significa ser inocente, ya que las niñas que juegan con ángeles suelen morirse de felicidad.
Comenzaba a darme vueltas y a gritar encantado de que en la esquina, donde había más humedad, me mirara el demonio en ojos de un pequeño emisario. Otras veces mi amigo no se presentaba y en su lugar venía una niña con mirada de demonio que se incorporaba a mí. No me gustaba que esto sucediera porque cuando me incorporaba tenía ganas de vomitar y mis padres no entendían. La tercer presencia que convocaba era la del calor, cerraba los ojos y apretaba las manos, así se manifestaba la presencia de mi madre que era yo misma pero con más edad, túnica blanca y lengua de coral. A veces llegábamos a grandes contiendas entre la niña con mirada de demonio, madre perplejidad, y yo. Mi abuela lo sabía por eso siempre encomendaba a mi ángel de la guarda para que cuidara mi espalda y alumbrara el camino. Pero este ángel nada podía ante la niña con mirada de demonio y madre perplejidad, ya que ambas dos sabían mucho más sobre como funcionaba este reino. Una vez hicimos un incendio tan grande que la tierra se comenzó a derretir y los habitantes festejaban como si lo estuviesen esperando. Los animales y las fieras, los hombres y los humanos, fuego corriendo por la arena, apareciendo de adentro de las ollas, huyendo en la boca de los retretes, por la ducha, las canillas del pueblo goteaban bolitas de fuego. La siluetas de las llamas parecían voces, las bolas de fulgor niños recién nacidos. Tanto incendio y desastre por causa de la negación. Tanto fueguito como coronación a la desobediencia. A esta hora en que la historia ni siquiera puede comenzar creo sentir el movimiento de un agua que se quema y arde como un tambor a cada golpe disfrazando el índice de grados de las quemaduras como si fuera fuego existencial fuego oblicuo
fuego diagonal
fuego concéntrico
fuego tangente
fuego de balance
fuego abierto
fuego inteligente
fuego preventivo
fuego democrático
fuego nacional
fuego cósmico
fuego liberal
fuego nuevo
El fuego había tomado a toda la ciudad y nadie estaba en desacuerdo. Parecía premeditado. Los países fueron un cajón que decidió crearse para mantenerme mientras yo no huía de ti sino de Cuarentena es un país donde se esconde la alteración de los suspiros y la tos en Cuarentena es verdadera porque la tensión que ocurre se interrumpe en el diálogo con Cuarentena es mi antigua casa y su nombre es Cuarentena tan bonita me altera saber que pueda arrollarla un dios pedaleando en su bicicleta o un tranvía con exceso de velocidad. Los altavoces son monitores de vigilancia: amplían la seguridad, predisponen el placer. Se envuelven en la tela del piso y con el tiempo se vuelven accidentes del follaje. Cuanto silencio. Cuanto polvo nos separa mi amor cuanto polvo nos separa. Te recuerdo papo colgado de mi sonrisa hinchada y orgullosa, sabías a nueces y tu calor protegía la casa de la inquisición de las letras.
La totalidad del día es la sombra de una palabra.
La palabra día es la sombra de mitad muerte.
QHUIZÁ HNO ALHLA OTHRA FHORHMA DEH CHONTAR ESTHO
QUHE DEH ATRHÁS PHARA ADHELANHTE CUHANDHO LHA
CHONGREGACIÓHN DHE LOHS LHETRAHDOS SHE
NEHGÓ AH ESCRIHBIR LHA THRAGEDIA
SIHN ADVERTHIHR QHUHE MHILHES
DHEH NOHCHHES SHON
HTHAN SOLHO
HUNHAH
José Manuel Barrios
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