Un libro no conoce las paredes, sobre Anti-Férula de Karen Wild Díaz
Dentro del panorama de la poesía
uruguaya actual existen obras que dan cuenta de un ser colectivo.
Podrá objetarse que cualquier obra puede ser plausible de ser
interpretada así, pero me gusta pensar aquellos casos donde leemos
problemáticas más generales que exceden el naturalismo cotidiano
del autor. Donde la relación autor-identidad
es puesta en entredicho y el yo lírico deviene, o asume, la
pluralidad emotiva que experimenta en su vida.
Obras donde el delirio social se
asemeja a una práctica que altera la percepción de la vida del
poema, donde la poesía reaparece como el asalto de un sueño por
fuera del poema.
Estoy pensando en obras como Vohm
u Ópera Pánica de
Santiago Márquez, La Facultad de Oliva Sid de Magalí
Jorajuría, La Fiesta en la Última casa de Olga
Leiva, Agua de los Ahogados
o Cuando esté muerto
de Nelson Traba, entre otros.
Cuando la poesía brilla
desde su rincón de incandescencia el anonimato subyace a viva voz.
Exhibe el interior de poéticas críticas que en su actuar profieren
un reordenamiento de lo que hasta ahora conocíamos como poético.
Así, eventualmente, se articulan las obras que hieren al tiempo:
soportan otros cuerpos a los que relanzan por su propio abismo.
Anti-Férula, de
la poeta uruguaya Karen Wild Díaz, se inserta dentro de este
espectro de performance actual y es la escritura alucinada de un
cuerpo post humano que se reconoce como elemento sensorial en todo su
devenir animal. El libro es un anti relato que fragmenta la
experiencia a partir del deseo. La poeta transita un cielo atravesado
por hilos de sangre, cielo que marca el origen familiar, la herencia
patológica del símbolo por el cual la escritura se convierte en
veneno.
Karen Wild deconstruye
una poesía viscosa, intracorporal, que también se afila como arma
de piedra ante el castillo autoritario del lenguaje. “Todo lo que
existe vino a caer como elefante y trituró mis huesos. Me explayé
en el suelo, me deshice. Cíclicamente. Cortina por detrás de la
actuación. Pero en mi sangre el citrino se hizo sol y crecieron
rayos de mis partes mezcla heterogénea y rectangular vista con los
ojos en la tierra o más abajo.”
La contaminación es aquí
la lucidez, el reconocimiento del estado actual, “herida por los
objetos con aristas/ por la materialidad del signo surcada/ soy el
sentimiento puro/”. Como en la escritura de de Clarice Lispector:
la narradora persigue a los fantasmas que la acechan, la obra salta
de la ficción escritural a la bio ficción. Asistimos a una
alteración drástica del cuerpo del autor el cual parece haber
utilizado la escritura como catalizador del deseo para transfigurar
su cuerpo. ¿Es el libro el que me escribe?
Un cuerpo múltiple,
reencontrando en la esporas del suelo transita en su viaje amorfo.
Viaje de los tejidos y las encimas, líquidos segregados por la luz,
cuerpo sin edad, caníbal lactante que toma distancia sobre el
episodio de la ley creando túneles que se van para debajo de la
casa.
El texto se convierte en
una zona de tránsito donde el cuerpo vibra en un único y plural
poema. No leemos el libro de una autora, leemos el libro de todas las
personas que están en contacto con ella. Casi al borde del
manifiesto de una época, o mejor, de un territorio, Anti-Férula
llega hasta el precipicio de lo que conocemos como poesía para
relanzarse al océano monstruoso donde vibra lo abisal. Desde este
lugar la poesía nos recuerda a los peregrinajes de Lautreamont con
la diferencia de que lo terrible se confunde dentro del cardumen o
montaña de cuerpos que le otorgan un devenir mágico, similar a la
primera Marosa. “Las leyes estiran los dedos, quieren calzar
uniformes -los uniformes tienen agujeros, nunca son uniformes, luego
se usarán en las fiestas de disfraces”
Anti Férula
se revela como un cuerpo sin órganos que lleva a un plano real la
posibilidad de un hacer colectivo. El descenso o la caída a los
infiernos como golpe para destrozar el automatismo de la percepción.
El túnel por el que nos precipitamos para salir de una pesadilla. La
caída estrepitosa del traje social sobre las ruinas del lenguaje
para encontrar un nuevo centro de gravedad, y volver a caer, como
operación poética de danza y movimiento.
Manuel Barrios
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