Una familia de lagartos especialistas en actividades de ataque sueña conmigo.
A veces soy un niño al que le gusta estrellar espejos contra las paredes, otras soy plasma con cierto vibrar osopezco, pero juro que entre susurros he sentido la palabra “hijo” proveniente de una de sus bocas.
Dotadas de pasillos y cuerdas estas bocas son trampas donde se acostumbra cobijar, cual útero, a la víctima. Segundos antes de ser tragada el placer de la presa comienza porque los reptiles tiene la boca caliente y la misma derrama colores para que el fin sea un éxtasis. Este mismo placer es el motivo por el cual la expansión de los lagartos es una realidad temeraria en más de medio Montevideo. Y esto, es lo nuevo.
Sobre la cama, convertidos en selva, tienen la capacidad de convocar a sus ancestros durante el coito. Los mismos pueden hacerse presentes mediante modismos en lenguas muertas o bien la activación de puntos que dejan al partener en shock: te abrazan, te besan los pechos, y ahí, atacan.
Promueven una conducta novedosa donde el pasado se evapora. Y cada vez se hace más frecuente el relato de algún turista damnificado por este tipo de legiones: lunares, dientes y mechones de pelo. Se adueñan del rubor y la fantasía porque el lagarto llora y no ama. Sólo las aves aman, y éstas han caído rendidas a los pies de los lagartos.
Lagartija de ataque molesta y destructora. Devoras los plantíos, esclavizas las luciérnagas, tu mandato es el corazón de un brujo falso.
Libélula dañina y malintencionada. Este no es hogar para quedarte. Eres una espía y no permitiré que la fragilidad de tu cuerpo me conmueva.
Tu lengua de látigo buscó rugir el oro pero en el acto se carbonizó. Tan sensual famélico, tan serafino.
Oro verde de sustancia contaminante: fue creado para hacer doler los huesos. Es peligrosidad y daño, su valor repta, de ahí la historia del oro que duerme en la panza de los lagartos.
Si le das un beso a un sapo habrá de convertirse en oro.
Pero cuidado, los sapos saben combatir en retirada.
Si te los comes, no me importa, y si me nutro es que han de venir por ti los abismos donde la cuaresma florece.
Vivía en una casa sin viento, yo y mis lagartos, pero quise cerrar las puertas para que la terraza no se robara las llamas. La advertencia resulta inevitable. La noche, que deja que todo suceda a menudo nos traga. Y el día sigiloso, prestidigitador, nos escupe. Coloca aquí y allá, gobierna.
Gran hermana de la noche: vivía en una casa sin viento porque vagaba dispensando aurículas.
Sobre la ventana veía insectos y los tocaba.
El ladrillo enmohecido era un sedimento adentro de mi falange. Caverna de sal y hielo tan carnosa que llamó a los zancudos, los saltamontes y todos los reptiles que se aprestaron a luchar.
Yo estaba contento. Era otoño y mi falange hinchada una trampa frenética. Y allí estaba, allí seguía la angosta casa sin viento que además era un hotel de fantasmas, pero si existe es porque en alguna de sus habitaciones, nunca hasta ahora exploradas, existe un cuerpo que reconoce una palabra, que es una puerta.
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