contador de corazones









Voy al encuentro de alguien. Un corazón frío me llama. No   siento su dolor. No sé su raza o si está, como se manda, a la izquierda del torso, soy ajeno a su morada tanto como lo soy a la morada del cielo. Pero veo su verdad, la presiento.   
Ahora, en este momento, puedo abreviar el porvenir en diferentes actos. Decirlo, a pesar de todo y todos, decir que un corazón frío, al salir de una profunda apreciación de la vida me ha llamado, me ha cogido, justo en el momento en que salía del trance, me cogió en sus ojos y me absolvió de diversas emociones humanas.  


Pensaba que alguien cuenta a los corazones. Ya que ellos sienten el cielo y, a cada latido, a cada golpe de sangre, como un reloj, como la campanada que toca doce veces a la medianoche.  La vasta bruma del cielo los cuenta. Los retrata en cada nube. Desde el más antiguo al más nuevo. Todos están en las nubes, cambiando de forma, aplanando el cielo como una estampida, una manada de ocio. Flotando.   


Cuando mi cuerpo y mi mente mueran del todo elegiré ser un árbol, no una nube, y eso lo sabe quien cuenta los latidos de mi corazón. Por eso me hace trampas, me engaña, me provoca tristeza.  Hace de mi un pañuelo y me pasea por los cuellos de muy  excelentes señoras, y se guarda el hecho de que esas damas a él lo hipnotizan.  Por esa razón, cuando duermo al lado de una de ellas mi sombra les golpea la cabeza y les taladra la nuca, y cuando se van de mi casa se despiden bajando los ojos, como diciéndome “que te hice para que me odies tanto”.  Yo sufro por este hecho, pero también sé que en el infinito hay una sombra que me aguarda y no me tiene miedo.  Yo sé que en el infinito, en el montón de rostros similares y únicos que deambulan por las calles existe uno donde mi sombra perdió su cuerpo para renacer en esta pena que se impone, en este infierno en el que trabaja de usurera. Esa sombra que no es la mía es aquella que no deja a nadie construir su morada.  Es una sombra tenue. El espejo de un abismo azul. El sueño de todo un cielo dormido.


Adentro de sus ojos está guardado el cielo. Ella no lo sabe, por eso es capaz de sostenerlo. Pero yo sí lo sé. Lo sé porque contemplo con admiración su cielo para, de esta forma, poder ver adentro de sus ojos y besarle. No podría ser de otra manera ya que en mis ojos no se refleja el cielo. Mis ojos ha diferencia de los suyos, se han tragado la noche. Se han tragado el corazón de la noche.

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