Otro desalojo de la Intendencia Municipal de Montevideo, ahora a escritores y editores independientes




Es cierto, no teníamos el permiso requerido para ocupar un rincón de la vereda con cinco mesas de libros de editoriales nacionales. Lo habíamos hecho porque el lugar que habíamos negociado con la Biblioteca Nacional, y que a priori parecía espléndido, se volvió sencillamente inhabitable cuando el sol pegó de frente, además de demasiado poco visible como para atraer público. Y como la idea era acercar las ediciones nacionales a la gente, pareció lógico buscar un lugar donde se pudiera respirar y al mismo tiempo ese cometido lograra llevarse a cabo. Durante toda la tarde del viernes, con total naturalidad y sin molestar a nadie, estuvimos literalmente a los pies de la Biblioteca, tal como registró la cámara de un informativo televisivo. El sábado, al intentar repetir la experiencia, con celeridad, eficacia e inmisericordia, un inspector municipal nos conminó a irnos de inmediato. Claramente, parece, éramos una amenaza para el orden social, un obstáculo para la libre circulación de los peatones (en una de las veredas más anchas de la ciudad) y, quién les dice, un riesgo para la salud pública.
No hubo capacidad de maniobra ni de diálogo. En la Biblioteca, un sábado no había jerarcas que pudieran asesorarnos (lo mismo que en la IMM, supusimos, a pesar del celo de sus inspectores). Armar todo al rayo del sol sobre el atrio, como estaba previsto, hubiera sido un despropósito. No quedó más remedio que levantar todo el material expuesto (incluyendo el exhibido por la propia Biblioteca y que estaba a nuestro cargo), guardar las mesas que la Biblioteca había suministrado por su cuenta, dejar de momento la decoración que se había realizado en el atrio del edificio y cancelar todas las lecturas, mesas redondas y actividades programadas para luego.
No todo fue negativo. No muy seguido se tiene el privilegio de presenciar una respuesta municipal tan veloz y concreta. Hay artesanos que estuvieron años ocupando plazas enteras antes de ver su primer inspector. Hay vendedores de lentes, juegos para consolas y otras mercancías de dudoso origen ocupan impunemente sus lugares en 18 de julio todos los días de la semana. Hubo puestos de ventas de baratijas a los que se les permitió "provisoriamente" quedarse en 18 de julio, y ahí están desde hace décadas. Los ómnibus pululan de ejemplos de venta informal. Claramente, los libros son una categoría mucho más urticante y riesgosa. Cinco mesas de libros convocan a un inspector municipal un sábado de tarde con la celeridad y eficiencia con que uno imagina que Salud Pública debería responder a un brote de dengue. ¿Por qué tanta presteza en un caso tan inocuo y concreto? Supongo que nunca lo sabremos. Sólo nos queda confiar en que detrás de la celeridad y efectividad de la acción municipal no hubo más que el celo de funcionarios responsables, comprometidos con su tarea, con el bien público y con el cumplimiento de las disposiciones municipales.
A todos los convocados, mil disculpas. A la Biblioteca Nacional, que con generosidad nos abrió sus puertas y nos permitió el uso de sus facilidades, todo el agradecimiento que les corresponde justamente, y el compromiso por nuestra parte de planear mejor los eventos futuros (y estar blindados ante intromisiones de otras reparticiones estatales o municipales). A la sección de la IMM que un sábado por la tarde se dedica tan eficazmente a cumplir sus tareas, un agradecimiento eterno por permitirnos presenciar de primera mano el buen uso que se hace de los impuestos recaudados, en favor de una ciudad más ordenada, justa y culta. A todos los sellos e instituciones que nos acompañaron en este evento, los convocamos a inventar nuevas transgresiones al uso público, la moral y la legislación vigente. Y al público que quiere conocer de primera mano una mercancía tan objetable y perseguida como el libro nacional, les pedimos paciencia. Ya encontraremos la forma de llegar a ustedes.

 Irrupciones Grupo Editor


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