GISELLE





Hoy nuestro poder carga una dosis maléfica. Hemos acordado quererle, cuidarle. Pero detrás de la pared se asoma. Tenemos poco en común. Planeamos en oleadas  cortas. Descendemos hasta rozar el agua y levemente levantamos la nariz. Veo  parte de una mano peluda, el principio de un cuello  vertebrado, un mareo, una música punk. 
      Apoyadas en las puntas de los pies ensayamos sin olvidar que alguien ríe en la platea. Debemos bailar para él. Su ojo genera nuestra hermosura.
Antes de llegar aquí lo vi, incluso antes de colocarme las puntas. De la manera en que nos mira parece saber las diferentes posiciones del dolor. Caminamos hacia  él y le hacemos una reverencia.
      Antes que llegaran los técnicos esa persona se paseó detrás del escenario. Lo recorrió hasta conocer cada parte del piso. Se inclinó y quitó la mancha blanca de alcohol porque lo distraía. Después se revolcó por la madera, estiró los brazos y con las piernas colocó su cadera. Nosotras nos esmerábamos, apretábamos fuertemente la cola y aflojábamos la espalda para que los brazos pudieran estar a la altura perfecta.
      En los primero minutos de la mañana arremolinaba mi pelo castaño. El hemisferio polar abría las puertas de las cabañas. Su pelo castaño tenía largas conversaciones con los árboles.
Sus dedos pequeños le daban estabilidad en el piso. Para caminar se balanceaba en posición de jinete, de un lado al otro. Se lo distinguía por su joroba. Acostumbraba vestir un saquito azul, una pollera verde desgarrada a la altura de la pelvis. Sus pasos hacían saltar el agua debajo de las baldosas.  Por momentos, en la calle, la cruzábamos, y advertíamos nuestro comportamiento osco. Sentada en los escalones de los negocios a punto de cerrar pedía la mercadería sobrante, zapatos y comida. En los días de sol pedía monedas arriba de los ómnibus.
      Nuestro director profundizaba las enseñanzas de sus maestros. Una cadena que se transfería de mano en mano, una moneda, un talismán que orienta el rumbo.
                  Se contaban sobre él historias atroces. A nuestro     
             entender era un pasado que teníamos en común. El 
             sacrificio, la resurrección. 


de PRAGA, Telos/Virga, Volúmen 2
 

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