El Tragaluz [2010, fragmento]

Mi vida ha sido una mentira. Una completa y vil mentira. Salvo que encontré el amor. Este hecho fue un acierto del todo hermoso. Quisiera retenerlo con toda la profundidad de mi ser. Quisiera que no se fuera. Cuando está a punto de correr yo hago un gesto muchísimo más violento para evitar que la cosa se ponga dura de veras , entonces no se va, se queda. Esto me tranquiliza. Sinceramente no tengo ningua evidencia de que se halla quedado pero mucho menos de que se halla ido. Presumo que solamente está. Late. Pero sin golpear. Me sería imposible aguantar sus golpes. Ya he tenido suficiente de golpes. Desde ahora nada de golpes para mí. Amor sí, sobre todo del bueno, pero de golpes nada. Prefiero las vibraciones. Cuando los taladros gigantes entran en la calle recuerdo al que alojé en mi cutis para quitarme los puntos negros. Era la calle rota, llena de pozos. Una vez rompieron el caño maestro y comenzó a salir agua del árbol. Por suerte no fue en mi casa. Trato de no estar nunca. Y como falto puedo evitarme que existan los problemas. Quedarse en un mismo sitio es del todo perturbarlo. Por eso estoy lo menos posible. Pero estoy. En esos momentos siento que será la última vez que vea las paredes, los perros, el árbol de cedrón, el árbol de romero, el limonero, la parra. Es terrible. Este año no ha dado ninguna uva. Eso significa que no podré hacer vino. Pero no es un problema, menos trabajo para mí. La semana pasada estuve dos o tres horas. Los perros lo agradecieron enormemente, la más grande movía mucho la cola, eso es bueno. La más chica me saltaba encima. El macho ladraba. Estaban llenos de garrapatas, felizmente, sino no serían perros, serían otra cosa. En fin. Volviendo a lo que nos ocupa, el caño que se rompió fue en el frente de la casa de Pablo. Yo había ido a visitar a sus empleados, no a él, a él ya lo conozco, es mi amigo, cada vez le quiero más, intento verle menos. Pero sus empleados sí me interesan, uno de ellos es Iraní, otro es un completo idiota. También trabaja un niño de trece años, el hijo del Talibán. Es un taller excelente. Cuando el agua comenzó a salir me di cuenta por la sonrisa del niño, y por sus glúteos, tan firmes y erectos. Tiene cara de nena. Por suerte soy mucho mayor que él sino le bromearía al respecto. Lástima. Está del todo salvado. Pero Wilson no tendrá escapatoria en el futuro lejano ni en el próximo. ¿Hay algo que nos interponga? Sospecho que sí. Lo cercano está antes de lo próximo. Pero mucho antes está lo inmediato, aunque no se vea. Mañana, cuando lo salude le haré notar que lo odio. Ojalá no me pregunte desde cuando me ocurre esto. No creo que el problema sea enteramente mío. Más bien es una situación provocada. Del todo innatural. Un combate mortal. Nos ocurre hace un tiempo y no hemos podido solucionarlo. Yo creo que Wilson podría esforzarse más por todo, puedo ver su desgano, su falta de compromiso, su inevitable facilidad para expresar la grosería. Y eso que yo lo quise como pocas personas pueden jactarse de haberlo hecho. Jamás he vuelto a sentir lo mismo. Mucho menos por él. Aunque, si comparáramos (acción totalmente errónea) veríamos como nos hemos levantado de las cenizas y el escombro para poder gozar de una separación realizada en el tiempo, a espaldas de la conciencia observadora, amparada en la grasa de sus dedos y mi obesidad. Cuantos momentos hermosos. Si sólo Wilson hubiese reaccionado a tiempo podríamos haberlo hablado, pero no fue así, me miró increpándome por mis pecados anteriores y esto es algo del todo imperdonable. Me produce asco. Anteayer pasé por el Horex y lo sorprendí jugando con el niño. La grasa le había puesto los rulos claros, la mirada celeste, su culo tan tenso, tan duro, tan de Irak. Me había marchado algo triste aquella tarde. Soy por entero un ser bondadoso, sin malicia. Nunca pensé sobre lo que no tenía que pensar. Aquello estaba allí, por algo lo habré pensado. Es decir. Le pregunté como se sentía, si extrañaría el Horex cuando comenzaran las clases. Su mirada fue insulsa. Insistí e insistí hasta desgarrarlo. Pensé en morderle detrás de la oreja pero no habría estado bien. Eso sí, lo tomé bien fuerte y no paré hasta que me imploró que lo partiese, como un pedazo de torta seca desparramada por toda la faz del continente. Pero todavía no hemos llegado a esa parte.


Tengo un ciclo privilegiado, un puesto en el cielo. Me aseguran que allí encontraré lugar para lo mío, para mis prototipos, mis futuros modelos. Me tranquilizan estas propuestas. Alentaré a mis piernas a que pateen rápido para llegar a la cima a tiempo, poder conocer el tope. Algo similar me ocurre cuando me baño y mi calentura se choca contra el frío del invierno. Se ve casi igual al humo y ciertamente ardo por dentro. Basta de analogías. Ayer entendí que mis años me afilaban como a la punta de un lápiz. Todas las discusiones, los golpes, los machaques, no hacían más que sacarme punta. Y mientras más afilado más frágil se me hacía el movimiento y tenía la férrea convicción de poder quebrarme de improviso. Y allí, solo allí, me parecería a Elvira, mi abuela, cuando murió convertida en un pañuelo. ¿Cómo seguir después de esto? De ninguna manera. Así.


Comentarios

Entradas populares