I M P E R I O



Comencé a relatar la historia de mi vida con la esperanza de llegar a ella y verla en cuarentena junto a su salón de fotos. Esbozé un retrato de las tres enfermedades mayores: la hemorragia, la tos y el miedo. Aunque las tres fueran asimilables a una, los estímulos no amparaban a la imaginación.
Estoy rezando al lado de un árbol. Camino hacia una rama y me siento. Veo un perro que retuerce su cabeza y deja caer un hilo de baba espumosa. Un hoja navega seis metros, desde la rama al charco, pequeñas canoas de pasto flotan sobre un espiral. Un anciano se pierde todo esto pero sonríe mirando al sol, maravillado ante el calor, en una tierra remota del pensamiento, donde la danza está prohibida ser vista, donde la danza solo puede bailarse. Todos los días, a esta hora extraño a mis amigos. Y si me llaman los extraño más. Añoro lo que yo pensaba de ellos, el resultado de una vida maravillosa. Añoro como bromeaban con la seguridad de que todo estaba hecho. Pero no. El neoliberalismo avanza como una sombra de pajaros mezquinos. Hemos construído su jaula, los hemos enjaulado para cercar nuestros dedos entre los barrotes y el horizonte. No hay distancia mas larga que ésta. Dios ha vuelto a aparecer por medio de su representación infinita. El universo, fotografiado y desconocido, trascendiendo el tiempo material e imaginable. El universo nos ve como quien ve un enigma, separados por la atmosfera materna que nos entuba de niños. Nuestra pulsión primera es llamada dominación, no sabemos vivir sin ella.

La batalla puede ser rastreada en las piedras desordenadas sobre la alfombra. Las voces y los nombres, los relatos del ejercito de los ángeles contra el ejército del demonio. La perversión y el fetiche, nuestra nueva brujería legitimada y aceptada por todo los caballeros. El G8, otra nueva segmentación del mundo por parte de los letrados. No empezaremos a combatir hasta ver la plaga arruinando los brillantes tulipanes, devenir Herodes.
Alguien juega con nuestro comportamiento, predecible en tanto adoramos lo que desconocemos e injuriamos lo inentendible. La especie que nos gobierna no es humana, no es una nación ni un fármaco. Su cuerpo es visible e invisible, está asimilado a nuestro vivir. A ellos damos nuestras misas donde inmolamos grandiosos guerreros, o las canciones que congregan la masa para desarticular su verdadero poder. No hay otra forma de vivir que estar sojuzgados a esta especie. Fue lo acordado por los señores después de su primer derrota. Fue lo designado por Dios después de crear el jardín, después de expulsarlos a la noche, después de ganar la batalla, después de no admitir la posibilidad de igualdad.



Texto: Manuel Barrios
Plástica: Andrés Vico

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